viernes, 18 de marzo de 2011

¡Más que vencedores, por medio de aquel que nos amó!

Reflexiones en Romanos 8:31-39

En ocasiones los cristianos pasamos por terribles sufrimientos. Y a veces los sufrimientos son de tal magnitud que pareciera que todas las puertas se nos cierran. Estoy seguro que Dios está vivo y conoce nuestras necesidades; por eso, siempre abre una ventana por donde entra un rayo de luz a nuestra vida para darnos esperanza. ¿Recuerda esa ocasión cuando la situación por la que usted estaba pasando era tan difícil y parecía que no había salida? Pero salió victorioso, pues está aquí esta mañana. Si Dios le ayudó, le dio la salida, en esa situación, ¿lo dejará ahora derrotado? ¡Ningún sufrimiento, por más grande que sea, podrá arrebatarnos el amor de Dios en Cristo!  Porque él venció, nosotros somos vencedores.

Frente al sufrimiento, muchos flaquean en la fe. Por una parte, hay quienes quieren encontrar la fuerza para vivir dentro de su potencial interior, pero no se dan cuenta que su “potencial” es “impotente”. La respuesta cristiana al sufrimiento es que Cristo nos ha dado la vida y nos ha dado también la fuerza para vivirla por medio del Espíritu Santo a la luz de su Palabra. Por otra parte, hay quienes buscan respuesta en las corrientes de pensamiento religioso del día, pero no se dan cuenta que están siguiendo un camino equivocado, porque sus maestros tuercen las Escrituras. Hay muchos caminos que las personas quieren seguir en la búsqueda de respuesta a sus conflictos, pero no se dan cuenta que el único camino es Jesucristo, quien es el camino, la verdad y la vida. Tal vez usted es una de esas personas que no está tratando de buscar respuestas más allá de las que Dios nos ha dado en su Hijo Jesucristo. ¿No será mejor buscar a Jesucristo? El tiene la mejor respuesta.

Hoy encontramos que hay quienes quieren abandonar tan fácilmente la fe en Jesús. Hay quienes renuncian al evangelio de la gracia de Dios, para labrarse su propio destino al fracaso y la condenación. Sencillamente, no han entendido que Cristo murió por nuestros pecados y que ahora es nuestro abogado a la diestra del Padre. No importa cuán grandes sean las dificultades que nos sobrevengan, no importa cuán grandes parezcan los abismos, sabemos que el amor de Dios es muchísimo mayor y está por encima de todas las dificultades. Por eso, con autoridad podemos afirmar que tenemos esperanza. Podemos salir de este lugar esta mañana con la frente en alto e ir por el mundo mostrando y anunciando esperanza. Él no nos ha abandonado, no nos abandona ni nos abandonará jamás. Quiero invitarle a reflexionar conmigo sobre un texto de las Escrituras que nos fortalecerá en nuestra esperanza. Bien podemos resumirlo con estas palabras: ¡Los que seguimos a Jesucristo somos más que vencedores!

Con el texto de Romanos 8:31-39 el apóstol llega al clímax, a la cumbre, del argumento que comenzó en 1:16, 17. Así lo afirmó al comenzar el libro: no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para la salvación de todos los que creen: De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin, tal como está escrito: «El justo vivirá por la fe.» (1:16, 17). Más adelante, en 3:22, afirmó que la justicia de Dios llega mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen y en 4:25 concluyó que Él –es decir, Cristo- fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. A través de los primeros capítulos de la carta, el apóstol muestra una realidad aterradora: el pecado es el gran enemigo de los seres humanos, y no sólo de ellos sino también del resto de la creación. Dice que tanto los judíos como los gentiles están bajo el pecado, de modo que «No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios (3:10, 11). Así que, no hay distinción, todos han pecado y están privados de la gloria de Dios. Esto es la hecatombe para el ser humano: está separado de la gloria de Dios, está muerto irremediablemente. Pero sobre la base del sacrificio de Jesucristo, el apóstol anuncia un mensaje de esperanza: por su gracia somos justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó (3.23, 24).

Entonces, la gran noticia del evangelio es que: en Jesucristo el pecado ha sido derrotado y ahora por su muerte y resurrección somos más que vencedores. ¡La batalla por la vida ha sido ganada! Y aunque todavía vivimos en un mundo de tinieblas, donde reina la muerte y la desesperanza, los que hemos tomado la decisión de seguir a Jesucristo, afirmamos con convicción y certeza que tenemos vida aquí y ahora, y en el más allá, porque tenemos la esperanza de un mundo mejor. Dios, por medio de Jesucristo, no sólo hará realidad la redención de nuestros cuerpos, la resurrección a un cuerpo nuevo, sino que nos dará también una nueva creación, con cielos nuevos y tierra nueva donde reinará la justicia. Aunque seamos asechados, mientras peregrinamos en este mundo, nada ni nadie podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús. ¡La muerte ha sido derrotada y la vida se ha entronizado! ¡Con seguridad, afirmamos que no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús! ¿Está usted entre ellos?

En Romanos 8 31-39 el apóstol Pablo expone el argumento final de su propuesta presentada en 1:17, que: el justo vivirá por fe. En 8:31-39 no sólo enseña que nada podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor, sino que por encima de todos los sufrimientos, los cristianos veremos coronada la victoria de la vida, por cuanto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. La respuesta al problema del pecado y su consecuencia de muerte es el amor de Dios que ha sido manifestado a través del sacrificio de Jesucristo. ¡En él, todos los poderes han sido vencidos!  Así, dice el texto de Romanos 8:31-39. Mas bien, leamos desde el v. 28:

28Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. 29Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
31¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? 32El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? 33¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. 35¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? 36 Así está escrito:
«Por tu causa siempre nos llevan a la muerte;
¡nos tratan como a ovejas para el matadero!»
37Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, 39ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

Reflexiones sobre los vv. 31-39. Después de presentar cinco penetrantes y bien fundamentadas preguntas en los vv. 31b-36, en el v. 37 el apóstol presenta una convincente declaración con la cual afirma que en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Aunque la pregunta general con la cual se inicia el v. 31a se presenta como una fórmula concluyente, en realidad la conclusión se completa en el v. 37, con la afirmación: Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Dios nos mostró su más grande prueba de amor al enviarnos a su Hijo Jesucristo. Por eso, Pablo pudo afirmar que Dios demuestra su amor por nosotros en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (5.8). ¿Pero, qué les dijo Pablo a sus destinatarios en este texto (vv. 31-39)? En resumen, les dijo esto:
1. Si Dios está de nuestra parte, nada podrá vencernos (v. 31). Ya dijimos que la conclusión dada en este versículo tiene su respuesta final en el v. 37. ¿Cuál es, entonces, la conclusión –diría Pablo?: Que “si Dios está de nuestra parte... si Dios entregó a su propio Hijo... si Dios nos ha justificado... si Cristo hizo una obra completa... y si no hay nadie que pueda quitarnos su amor, entonces: somos más que vencedores...  Podemos afirmar sin lugar a dudas, que la obra de Dios es insuperable.

2. Si Dios entregó aun a su propio Hijo por nosotros, nos dará también las cosas que necesitamos para vivir la fe en él (v. 32). (Entonces, ya que Dios está de nuestra parte, nada podrá vencernos)

3. Ya que Dios nos ha justificado, no hay nadie que pueda acusarnos (v. 33).

4. Ya que Jesucristo hizo una obra completa por nuestra salvación, no hay nadie que pueda condenarnos (v. 34).

5. Entonces, no hay nada ni nadie que pueda quitarnos el amor de Cristo (v. 35).

6. Por ahora, puede haber sufrimiento, Cristo nunca prometió que no los habría. Las Escrituras dan testimonio de que el pueblo de Dios ha estado y está sujeto a padecimientos (v. 36), pero tiene la promesa de triunfo: en esperanza fuimos salvos... Por eso,

7. Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Jesucristo) (v. 37).

8. Entonces, dice Pablo, no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor que Dios nos ha manifestado a través de Jesucristo (vv. 38, 39).

Junto con todo esto, los vv. 31b-36 presentan cinco penetrantes e irrefutables preguntas. Las primeras cuatro están acompañadas de una frase o pensamiento condicionante que las sustentan y la quinta sugiere una lista de posibilidades que no tienen poder alguno ante la grandeza del amor de Dios en Cristo. Así que, la declaración del v. 37 constituye la conclusión formal y final como respuesta a todas estas preguntas que pudieran hacerse: En todo esto somos más que vencedores... Los vv. 38-39 constituyen una amplia y bien fundamentada razón por la cual el apóstol, inspirado por el Espíritu Santo, escribe con plena seguridad que nada podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

Hemos afirmado que al comenzar su carta, en 1:17 el apóstol estableció la premisa o argumento de su mensaje: El justo por la fe vivirá. Y que en 4:25 reafirma esta convicción cuando dice que él (Cristo) fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. A través de los capítulos 5 al 8, el apóstol demuestra que por la fe en el sacrificio de Jesucristo hemos sido liberados de todos los poderes que puedan asecharnos: Jesucristo nos ha librado de la ira de Dios (cap. 5), del poder del pecado (cap. 6), del poder de la condenación de la ley (cap. 7) y del poder de la muerte (cap.8). Todo esto fue y es posible porque Dios demuestra su amor por nosotros en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (5:8), de modo que ahora no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús (8:1). Entonces, sobre la base de lo que Dios ha hecho mediante el sacrificio de su Hijo a favor de los que lo aman, el apóstol culmina su exposición en 8:31-39 con un canto de victoria y esperanza, para los que están unidos a Cristo Jesús. ¿Está usted en este grupo?

Hay varios asuntos en este texto que merecen nuestra consideración, porque tienen un mensaje vivo, un mensaje de consolación y esperanza para los que hemos asumido el compromiso de seguir a Jesucristo.

En primer lugar, el texto hace hincapié en que ante los sufrimientos causados por la fe en Cristo, tenemos la garantía que en él somos más que vencedores. No hay nada ni nadie que pueda apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Jesucristo. El texto comienza con cinco preguntas que no tienen respuesta en la lógica humana, pero sí en la de Dios. La manera como están planteadas cierra toda posibilidad de argumentación contra ellas:
- Si Dios es por nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? (v. 31b).
- Si Dios nos dio a su Hijo, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (v. 32).
- Si Dios es el que justifica, ¿quién podrá acusar a los que él ha escogido? (v. 33).
- Si Cristo nos ha liberado de toda condenación, ¿quién podrá condenarnos? (v. 34).
- Si Cristo nos ha amado tanto, ¿quién podrá quitarnos su amor? (v. 35).
La respuesta a estas preguntas está en Dios y sus obras, especialmente en la obra expresada mediante el sacrificio de Jesucristo en la cruz para el perdón de nuestros pecados. Por una parte, el texto afirmado que ante los sufrimientos causados por la fe, Dios está siempre presente y dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman (v. 28). ¿Y quienes son los que lo aman?: aquellos que, por la fe, han asumido el compromiso de seguir a Jesucristo. Es posible que todas las cosas resulten para bien de los que lo aman, porque Dios ha hecho una obra completa en sus hijos: Fuimos bautizados en él. Dice el apóstol: Mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así como Cristo resucitó por el poder del padre, también nosotros llevemos una vida nueva (comp. 6:4-7). Por otra parte, afirma que frente a toda oposición que pretenda quitarnos lo que Dios nos ha dado, la obra de Cristo es nuestra garantía; por lo tanto, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (v. 37). Entonces, no hay nada ni nadie que pueda apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (v. 39). Así que, aun ante los sufrimientos más severos causados por la fe, tenemos la garantía de la obra de Cristo en la cruz. Podemos orar como sor Juana Inés de la Cruz (a ella se le atribuye el Soneto al Crucificado):

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Estamos unidos a él. Porque él venció en la cruz, también nosotros somos vencedores. ¿Pero de verdad, está usted en el grupo de los vencedores? ¿Ha entregado su vida verdaderamente a Jesucristo, ha nacido de nuevo?

En segundo lugar, no solamente tenemos la garantía que en él somos más que vencedores. El texto que estamos considerando enseña también que la obra de Dios a favor de los que le aman es insuperable. Los vv. 31 y 32 enseñan que no hay nada que pueda superar lo que Dios ha hecho, ni nada que supere lo que puede hacer por nosotros hoy. El v. 31 indica que toda lucha contra los hijos de Dios está condenada al fracaso, importante de donde venga: Si Dios está de nuestra parte ¿quién puede estar en contra nuestra? El v. 32, por su parte, enseña que los hijos de Dios tenemos los recursos necesarios para seguir firmes y avanzar en la fe, aun en medio de las dificultades que se presentan en nuestro peregrinaje cristiano. Entonces, no hay lugar para el desánimo, no hay lugar para el retroceso en la fe. Todo esto queda demostrada por el hecho de que en el pasado Dios no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros y en la actualidad ¿cómo no habrá de darnos, junto con él, todas las cosas (v. 32). La entrega de su Hijo en sacrificio por nuestros pecados es la garantía del cuidado de Dios para los que le siguen. Si Dios entregó a su propio Hijo por nosotros, ¿no nos dará cosas menores? Si nos sacó de la muerte, ¿no podrá mantenernos en la vida?

Según la exposición del apóstol en los capítulos anteriores, la conclusión es que Dios entregó a su Hijo en sacrificio por nuestros pecados, a fin de que alcanzáramos la vida; y ha enviado al Espíritu Santo para que habite en nosotros, a fin de que vivamos conforme a esa nueva vida. La conclusión ahora es que todos los poderes han sido vencidos en Jesucristo, nuestro Señor. Por lo tanto, toda oposición contra los hijos de Dios es una lucha condenada al fracaso. ¡En él somos más que vencedores! ¿Está usted en este grupo, es usted parte de los que tienen esperanza? Si está en el otro grupo, cámbiese ahora.

En tercer lugar, el texto nos enseña que la obra de Dios a favor de los que le aman es irrefutable. Así que, no solo es insuperable, es también irrefutable. Todo el texto exalta el hecho de que Dios ha estado y está de nuestra parte; no por nuestras “virtudes”, sino por su inmenso amor que ha demostrado en Jesucristo. En particular, los vv. 33, 34 enseñan que él ha hecho una obra perfecta, de modo que ésta es irrefutable ante cualquier argumento o ataque que se presente contra ella. El v. 33 afirma que si Dios nos ha justificado, como de hecho ha ocurrido, entonces no hay nadie que tenga autoridad para acusarnos delante de él ¡Somos libres! Puede concluirse, entonces, que toda acusación contra los hijos de Dios es una acusación a Dios mismo y, por tanto, está condenada al fracaso. ¿Quién le gana una batalla a Dios que tiene toda autoridad, poder y señorío?

Por otra parte, toda acusación contra los hijos de Dios, contra nosotros, se enfrenta al hecho de que Cristo intercede por nosotros sobre la base de su muerte, para que el acusador sea derrotado. Lo menos que este texto puede transmitirnos, entonces, es una inmensa seguridad aun en medio de los más severos sufrimientos y contratiempos terrenales que pudiéramos confrontar. Estamos firmes, porque nuestro fundamento es la obra de Dios mediante Jesucristo, no la nuestra. ¡Es un fundamento inconmovible, es la roca de nuestra salvación!

Ya que Jesucristo hizo una obra completa, no hay nada ni nadie que pueda condenarnos. Todos los argumentos contra los que seguimos a Jesucristo quedan descalificados y anulados. En los capítulos anteriores Pablo ha concluido que la ley es condenatoria, pero ha sido enfático al afirmar que por la fe en el sacrificio de Jesucristo hemos sido liberados de la condenación de la ley. Entonces, el argumento condenador de la ley queda descalificado por el sacrificio de Jesucristo por nuestros pecados. En los capítulos anteriores también ha concluido que la naturaleza pecaminosa es un elemento condenador en el ser humano; pero éste también queda descalificado por el sacrificio de Jesucristo, porque en él tenemos nueva vida.

Entonces, ya que Cristo hizo una obra completa, ¿quién podrá condenarnos? (v. 34, DHH). Según el v. 33, hay enemigos, hay acusadores del cristiano que quieren condenarlo. No se explica quiénes son estos enemigos. Se infiere del texto, que algunos de estos son visibles y otros son invisibles; unos parecen de carácter material y otros de carácter espiritual. El caso es que Dios ha venido a nuestro encuentro, de modo que todos nuestros enemigos se enfrentan a él; por lo tanto, todos están condenados al fracaso. Según el v. 34, también se enfrentan a Cristo, quien no sólo pagó por nuestra culpa, sino que ahora es nuestro abogado. Entonces, ¿quién podrá condenarnos? No hay condenación para los que están unidos a Cristo Jesús (8:1). Por tanto, ninguna acusación prosperará contra quienes estamos unidos a Él. ¿Está usted en el grupo de los que nos hemos unido a Cristo?

El texto nos enseña no solamente que Jesucristo hizo una obra completa, sino que se mantiene fiel a ella. El v. 34 presenta un resumen de la doctrina referente a Cristo (tal vez era parte de un credo primitivo): afirma que Jesucristo murió, resucitó, está a la diestra de Dios e intercede por nosotros. Cristo pagó por nuestros pecados con su vida, él murió en nuestro lugar; pero resucitó y ahora se le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra, ascendió a los cielos y allí se mantiene a la diestra del Padre intercediendo por nosotros, sobre la base de su sacrificio. Ante esta realidad, ninguna acusación contra nosotros puede prosperar. Así que, él no sólo nos salvó, sino que nos salva y nos salvará por la eternidad.

En cuarto lugar, el texto enseña que la obra de Dios a favor de los que le aman, a favor nuestro, es indestructible (vv. 35, 36). El v. 35 presenta la última de las cinco preguntas que el autor plantea para destruir todo argumento que pretenda atemorizar a los que aman a Dios. Ahora el apóstol recurre al amor de Cristo y pregunta ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? La respuesta es NADIE. Todas las posibilidades se quedan cortas, porque sencillamente nadie puede doblegar el amor que Cristo nos ha mostrado. Tan grande es su amor, que dio TODO, dio su vida por nosotros. La conclusión del apóstol es que no hay nada ni nadie que pueda quitarnos el amor de Cristo Jesús, nuestro Señor. ¡Su amor es inmenso! Con frecuencia cantamos:

“El amor de Dios es maravilloso,///
Cuan grande es al amor de Dios!!
Es tan alto que no puedo ir encima de él,
Es tan ancho que no puedo ir al lado de él,
tan profundo que no puede ir debajo de él,
Cuán grande es el amor de Dios!”

¡El amor de Dios es inmensurable! Y la Biblia dice que no hay nada que pueda apartarnos de ese amor, porque no depende de nosotros sino de nuestro Señor. Es él quien ha tomado la iniciativa de amarnos y es él también quien mantiene su amor por nosotros. Por supuesto, nosotros lo amamos a él. Pero lo amamos porque él nos amó primero. Unos cuantos años después que Pablo escribió estas palabras respecto al amor de Dios y nuestro amor a él, el apóstol Juan dejó por escrito esta misma convicción: Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó a nosotros primero (1 Juan 4:19). Él ha derramado su amor en nuestros corazones y esto hace posible que lo amemos.

El v. 36 parece una nota triste en medio del texto, pero no lo es. Es una cita del Antiguo Testamento mediante la cual se deja constancia de que el pueblo de Dios ha estado y está sujeto a padecimientos: Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!» Es cierto, los que seguimos a Jesucristo también pasamos por tribulaciones, angustias, persecuciones, hambre, y todo tipo de peligros físicos, emocionales y espirituales; pero en todo esto somos más que vencedores, porque Cristo venció por nosotros. Hemos muerto con él, hemos resucitado con él y ahora vivimos y viviremos con él “porque él vive, nosotros vivimos!” El himnólogo lo escribió en forma poética:

¡Porque él Vive!

Dios nos envió a su hijo Cristo
Él es salud, paz y perdón
Vivió y murió por mis pecados
Vacía está la tumba porque Él triunfó.

Coro:


Porque Él vive
Triunfaré mañana
Porque Él vive
Ya no hay temor,
Porque yo sé
Que el futuro es suyo,
La vida vale más y más, solo por Él.

En quinto lugar, el texto indica que tenemos seguridad absoluta de nuestra vida con Dios. En 8:1 Pablo afirmó que no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, los que por la fe han nacido de nuevo y ahora viven para Dios. En los vv. 38, 39 concluye que no hay ningún poder, ya sea del mundo natural o del mundo espiritual, del presente o del venidero, ni ninguna cosa creada, que pueda separarnos del amor de Dios. Tenemos seguridad absoluta de nuestra salvación, de la vida eterna que hemos recibido por la fe en el sacrificio de Jesucristo. Por supuesto, si Cristo, -quien era justo- sufrió, con más razón nosotros que somos pecadores experimentaremos quebrantos. Pero ningún sufrimiento ni asechanza podrá separarnos del amor de Dios. Si debido a los sufrimientos o por cualquier otra razón flaqueamos, Dios permanece fiel. ¡Él nos ama con amor eterno! No se trata de nuestras capacidades para mantenernos en la fe, sino del amor de Dios que nos abraza y nada ni nadie puede sacarnos de allí. El apóstol Juan también dio testimonio de esta verdad cuando escribió su relato del evangelio y citó las palabras de Cristo: Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de mi mano... y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar (Juan 10:28, 29).

¡Aleluya!

¡Todos los poderes han sido vencidos por la obra de Cristo! A él ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra. ¡Sólo él reina! Por eso estamos seguros que nada ni nadie podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. No hay lugar para la soledad y el temor, si estamos envueltos en el amor de Dios. Con autoridad podemos afirmar que el evangelio es un mensaje de triunfo porque es un mensaje de esperanza. Sobre esta base, el apóstol pudo escribir: no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen (1:16). ¡Por eso, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó!

Hoy podemos cantar con Federico J. Pagura:

 ¡Tenemos esperanza!

“Porque él entró en el mundo y en la historia,
porque él quebró el silencio y la agonía;
porque llenó la tierra de su gloria,
porque fue luz en nuestra noche fría.
Porque él nació en un pesebre oscuro,
porque vivió sembrando amor y vida;
porque partió los corazones duros
y levantó las almas abatidas.

Por eso es que hoy tenemos esperanza,
por eso es que hoy luchamos con porfía;
por eso es que hoy miramos con confianza,
el porvenir en esta tierra mía.
Por eso es que hoy tenemos esperanza,
por eso es que hoy luchamos con porfía;
por eso es que hoy miramos con confianza,
el porvenir...

Porque atacó a ambiciosos mercaderes
y denunció maldad e hipocresía;
porque exaltó a los niños, las mujeres,
y rechazó a los que de orgullo ardían.
Porque él cargó la cruz de nuestras penas
y saboreó la hiel de nuestros males;
porque aceptó sufrir nuestra condena
y así morir por todos los mortales.

Porque una aurora vio su gran victoria
sobre la muerte, el miedo, las mentiras;
ya nada puede detener su historia,
ni de su reino eterno la venida.”

Por eso es que hoy tenemos esperanza,
por eso es que hoy luchamos con porfía;
por eso es que hoy miramos con confianza,
el porvenir...

¡A él sea la gloria!  Amén

4 comentarios:

  1. hola les visito desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com reciban muchas bendiciones.

    ResponderEliminar
  2. Dios es bueno gloria y poder al rey

    ResponderEliminar
  3. Gracias por esta valiosa reflexión. Bendiciones

    ResponderEliminar
  4. Muy bonita enseñanza gloria a Dios

    ResponderEliminar