viernes, 17 de junio de 2011

Autoridad espiritual
Vs.
Abuso de poder
(Ángel Custodio López, junio 2011)


Introducción. Quiero comenzar esta exposición recordando ese emblemático episodio, según el cual aquella osada mujer “... se acercó a Jesús y, arrodillándose, le pidió un favor... Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda... Cuando lo oyeron los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos.” (Mateo 20:20-28). Tengo la sospecha que los diez se indignaron, porque cada uno de ellos quería ocupar ese lugar de “privilegio”. Así que, tras la propuesta de aquella “preocupada” mujer por el futuro de sus dos hijos y la reacción de los otros diez discípulos, Jesús les presentó la siguiente lección: "En este mundo los jefes de los países gobiernan sobre sus pueblos y no los dejan hacer absolutamente nada sin su permiso. Además, los líderes más importantes del país imponen su autoridad sobre cada uno de sus habitantes. Pero entre ustedes no deben tratarse así. Al contrario, si alguno de ustedes quiere ser importante, tendrá que servir a los demás. Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el esclavo de todos. (Mateo 20:25-27, NVI). El evangelista Marcos dice que fueron los dos muchachos, quienes le pidieron a Jesús: “Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.” (Marcos 10:37). Lucas no registra directamente este episodio, pero en el contexto de aquella solemne reunión que ha pasado a la historia con el calificativo de “La última Cena”, presenta algo similar y dice que los discípulos de Jesús “Tuvieron un altercado sobre cuál de ellos sería el más importante.” (Lucas 22:24). No hay duda, esos muchachos querían tener autoridad o por lo menos querían un lugar de privilegio. Entonces, Jesús les dio una desalentadora y desafiante respuesta: “... el mayor debe comportarse como el menor, y el que manda como el que sirve.” (Lucas 22:26).
Cuando el pastor Ender Sangronis me pidió que tratara el tema: Autoridad Espiritual Vs. Abuso de Poder, al momento quise eludir este compromiso, porque me pareció que no era la persona indicada para desarrollar el tema. Pero él insistió, no pude persuadirlo de mi negativa y, finalmente, le dije que lo haría. ¡No saben cuánto he sufrido después de eso! Recordé lo que nos decía un querido profesor en el Seminario: “No diga SÍ, cuando debe decir NO”. Pero ni modo, ya era tarde. Así que, me presento ante ustedes, transliterando un poco al apóstol Pablo, “con tanta debilidad que tiemblo de miedo.” Pero he rogado al Señor que me dé la gracia de ser un instrumento en sus manos en esta hora, para su gloria y la edificación nuestra. Entonces, por favor: ténganme compasión, pero préstenme atención.
Reconozco que me acerco a este tema con dos limitantes. Una de carácter académico-intelectual y la otra de orden práctico-ministerial. El caso es que no he sido formado en el ejercicio de líneas de mando, ni en el campo de la administración de personal sobre el cual se ejerce autoridad; y en el ámbito ministerial, actualmente no ejerzo autoridad sobre grupos de personas, excepto la familia cercana que me rodea. En cierto modo, estos dos asuntos son una limitación para tratar el tema, pero no son una descalificación. El Señor me ha puesto en el ministerio y debo obedecerlo. Así que, con temor y temblor, pero con convicción, nos encomendamos al Dios del cielo y aquí estamos para presentar estas reflexiones.

1.  La complejidad del tema
Dos puntos nada más son suficientes para asomar el problema de la complejidad de este tema. 
1.1. Primero, una lectura “groso modo”, del texto bíblico, indica que hay autoridad espiritual que proviene directamente de Dios. Dice la Escritura: Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido. (Romanos 13:1, 2) El relato del evangelio también dice que Cristo “reunió a los doce discípulos y les dio autoridad para expulsar a los espíritus malignos y sanar toda enfermedad y toda dolencia.” (Mateo 10:1, NVI). Y después de la resurrección, poco antes de ascender al cielo, también les dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes recibirán poder y serán mis testigos... hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8, NVI). Y en su último mensaje a los discípulos, según Mateo 28:18-20, no sólo les habló de la autoridad que él mismo había recibido del Padre, sino que les dio autoridad, junto con el compromiso de cumplir la misión que él había comenzado. Así dice lo relata Mateo: Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. ¡Entonces, no queda duda, hay autoridad que proviene de Dios el Padre y de su Hijo Jesucristo!

1.2. En segundo lugar, al leer el texto bíblico también encontramos que hay autoridad espiritual que se deriva de Satanás y se opone al reino de Dios. Pero en la Cruz, Cristo no sólo triunfó sobre el pecado sino también sobre las potestades espirituales de maldad, pues dice la Escritura que “Él anuló la deuda que nos adversaba, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal.” (Colosenses 2:14, 15). Pero aunque el triunfo de Cristo sobre Satanás y sus poderes es una realidad, todavía hay un poder del mal que opera en el mundo. Por eso se nos recuerda que “... nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales.” (Efesios 6:12). Esta realidad perversa se revela no sólo de una manera abstracta en el sistema anti-Dios que opera en el mundo, sino que también opera a través de hombre y mujeres a quienes Satanás tiene atados[1] y comisionados para luchar contra el reino de Dios. En este sentido, Jesús dijo que algunos vendrían en su nombre, pero serían usurpadores porque vendrían en nombre del maligno: “Porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a los elegidos. (Mateo 24:24, NVI). Y en otra ocasión, dijo: No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?" Entonces les diré claramente: "Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!" (Mateo 7:21-23). No queda duda alguna; hay un poder del mal operando en el mundo que se opone al reino de Dios.
Entonces, ¿en nombre de quién se ejerce la autoridad espiritual? Con autoridad afirmamos que quienes seguimos los senderos de nuestro Señor Jesucristo, según los principios del reino, nos sometemos a él. Estamos bajo la autoridad de su Palabra y tenemos la obligación no de manipularla, como tanto ocurre hoy, sino de interpretarla, proclamarla y aplicarla con autoridad para desatar a quienes Satanás tiene en cadenas (cf. Lucas 13:16). Y debemos presentarla con la convicción de que ella es la autoridad sobre toda “autoridad” espiritual contraria. Traigo a colación ese dramático episodio entre Pablo y Elimas relatado en Hechos 13: “Pablo, lleno del Espíritu Santo clavó los ojos en Elimas y le dijo: ¡Hijo del diablo y enemigo de toda justicia, lleno de todo tipo de fraude y engaño! ¿Nunca dejarás de torcer los caminos rectos del Señor?Ahora la mano del Señor está contra ti; vas a quedar ciego y por algún tiempo no podrás ver la luz del sol. El relator declara que: “Al instante cayeron sobre él sombra y oscuridad, y comenzó a buscar a tientas quien lo llevara de la mano.”  El poder del Señor triunfó sobre el poder del mal.

2. El asunto de los “modelos” o ejemplos de autoridad espiritual
Una rápida revisión de las Escrituras nos da cuenta de unos cuantos personajes, de los cuales podría decirse que tenían autoridad espiritual. ¡Y no queda duda, la tenían! La pregunta es si debemos considerarlos como “modelos” para nuestra vida hoy, o si la Biblia los presenta como tales. Hurguemos brevemente en algunos de ellos:

2.1. Moisés, por ejemplo, pudiera ser un modelo de autoridad espiritual. Fue un gran varón de Dios, calificado como “poderoso en sus palabras y obras” (Hechos 7:22). Se ganó el calificativo de ser un hombre muy manso; pero Dios le encomendó la misión de conducir a uno de los pueblos más rebeldes y conflictivos de la tierra. El relator del Pentateuco dice que “Moisés era muy humilde, más humilde que cualquier otro sobre la tierra.” Dios lo consideraba “su hombre de confianza” (Núm. 12:2, 7, la RVR dice: que es fiel en toda mi casa). Sin embargo, por un acto muy humano, un acto de “rebeldía” personal (junto con Aarón) Dios no le permitió entrar a la tierra prometida. Dios les dijo: Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no serán ustedes los que lleven a esta comunidad a la tierra que les he dado (Número 20:12, NVI). Unos años más tarde, Moisés le echo la culpa al pueblo y les dijo: “... por culpa de ustedes el Señor se enojó conmigo y juró que yo no cruzaría el Jordán ni entraría en la buena tierra que el Señor su Dios les da en posesión (Deuteronomio 4:21, NVI). Pero si usted quiere conocer a un hombre con autoridad espiritual, estudie la vida y las obras de Moisés, tanto ante el faraón como ante el pueblo de Israel. Su autoridad emanaba directamente de Dios. Pero tengo la sospecha que la lección de la vida de Moisés no es para que sea nuestro ejemplo o “modelo de autoridad”, sino para que veamos la inmensa gracia de Dios en medio de las imperfecciones humanas.

2.2. Nehemías, el reformador del pueblo, tanto en lo material como en lo moral, también puede ser visto como un hombre de autoridad espiritual. En un momento crítico del pueblo, Dios levantó a este gran hombre, que decida y valientemente emprendió una obra titánica. El relato bíblico da cuenta que la reconstrucción de los muros se hizo en 52 días y la inauguraron fue una gran celebración. Dice el relator: “Cuando todos nuestros enemigos se enteraron de esto, las naciones vecinas se sintieron humilladas, pues reconocieron que este trabajo se había hecho con la ayuda de nuestro Dios.” (6:16). Nehemías ha sido presentado como un “modelo de liderazgo” por su autoridad espiritual, y ciertamente hizo cosas extraordinarias. Pero al final de la narrativa, hay un episodio muy extraño que recoge palabras de Nehemías: Entonces los reprendí y los maldije; a algunos de ellos los golpeé, y hasta les arranqué los pelos, y los obligué a jurar por Dios. (Nehemías 13:25, NVI). ¿Abuso de autoridad? Ciertamente, esa no parece ser la conducta de un hombre de autoridad espiritual. No obstante, no hay duda que Nehemías fue un gran líder del pueblo y tampoco hay duda que era un hombre con autoridad espiritual. También en este caso, la autoridad era de Dios a través de Nehemías. Muy temprano en la narrativa, en uno de los episodios cruciales del relato, Nehemías escribió: El rey accedió a mi petición, porque Dios estaba actuando a mi favor (Nehemías 2:8b, NVI). Pero de nuevo, tengo la sospecha que el libro de Nehemías no pretende presentarlo como un héroe para que sea nuestro modelo, sino más bien pretende mostrar la inmensa gracia y misericordia de Dios en medio de las rebeldías, frustraciones y debilidades humanas. Lo mismo puede decirse de Elías, de David y de otros tantos del AT.

2.3. El apóstol Pablo, en el NT, también pudiera servirnos como un modelo de autoridad espiritual. Los registros del NT indican que Pablo era un hombre de autoridad espiritual, y ésta tenía mucho que ver con su conversión y la misión que le había sido encomendada. Sin embargo, debemos preguntarnos si en alguna ocasión también pudiera acusársele de “abuso de autoridad”. En una ocasión, mientras desarrollaba exitosamente el ministerio misionero, tuvo una gran desavenencia con uno de sus compañeros, al punto que se separaron. Dice el texto: “Resulta que Bernabé quería llevar con ellos a Juan Marcos, pero a Pablo no le pareció prudente llevarlo, porque los había abandonado en Panfilia y no había seguido con ellos en el trabajo. Se produjo entre ellos un conflicto tan serio que acabaron por separarse. (Hechos 15:37-39). Pero no hay ninguna duda, Pablo era un hombre de autoridad espiritual. Hasta en algunas ocasiones tuvo “el atrevimiento” de pedir a sus interlocutores que lo imitaran; pero se cuidó de que lo hicieran en tanto que él era fiel al evangelio. A los Filipenses les dijo: “Hermanos, sigan todos mi ejemplo, y fíjense en los que se comportan conforme al modelo que les hemos dado.” (Filipenses 3:17, NVI) y a los corintios los retó: “Imítenme a mí, como yo imito a Cristo.” (1 Corintios11:1, NVI).
Todos estos hombres tuvieron “grandezas” y “pequeñeces”, fortalezas y debilidades, de modo que seguramente incurrieron en actos de “abuso de poder”. Pero todos tenían algo en común: eran hombres humildes, preocupados por su fidelidad y obediencia al Señor, a quien tenían como autoridad suprema sobre ellos. Tengo el convencimiento de que en su momento, el mensaje de Dios para el pueblo no era que siguieran a estos hombres, sino que tanto ellos como el pueblo se dieran cuenta de la inmensa bondad y misericordia de Dios en medio de las debilidades humanas.

3. Algunas implicaciones de la autoridad espiritual
Al reflexionar en el tema me ha surgido un sin número de preguntas: ¿A quiénes da el Señor autoridad espiritual? ¿Puede ganarse la autoridad espiritual? ¿Puede perderse? ¿En qué ámbitos se ejerce la autoridad espiritual? ¿Puede usarse mal la autoridad espiritual? ¿Cuándo puede decirse que hay “abuso de poder” en el ejercicio de la autoridad espiritual?, etc. Entonces, me di cuenta que se trataba de un tema complejo que no puede abordarse de manera simplista ni con limitación de tiempo, como es el caso ahora. Pero hay varios asuntos que podemos considerar aquí.

3.1. La autoridad espiritual proviene de Dios. Esto parece elemental, pues sólo Él es soberano y junto con el Hijo, a quien le dio toda autoridad en el cielo y en la tierra, tiene el control del universo, de la historia, de su pueblo y de sus hijos. Juan, en el Apocalipsis, lo expresó muy bien: “Y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: ¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!” (Apocalipsis 5:13, NVI).  El apóstol Pablo se había anotado en la misma línea de pensamiento y cantaba: “Al único y bendito soberano, rey de reyes y Señor de señores... a él sea el honor y el poder eternamente.” (1 Timoteo 6:19). Entonces, si tenemos alguna autoridad espiritual (¡y la tenemos!) es representativa, no represiva ni autoritaria. Con la autoridad que Dios nos da, por su Santo Espíritu representamos su autoridad, no la usurpamos. Es Él quien nos da los dones y nos coloca en el ministerio de la iglesia. Cristo dijo claramente: “Separados de mi no pueden ustedes hacer nada”. Así que, no tenemos ninguna autoridad sin el poder el Espíritu. “Con el poder del Espíritu Santo que vive en nosotros, -exhortó Pablo a Timoteo- cuida la preciosa enseñanza [el buen depósito] que se ha confiado.” (2 Timoteo 2:14). Pablo se consideró a sí mismo un administrador de los misterios de Dios (1 Corintios 4:1) y esperaba que Timoteo siguiera el mismo camino de un buen administrador. Por eso, Timoteo debía “guardar el buen depósito”, de donde venía el mensaje y la autoridad espiritual.

3.2. La autoridad espiritual no sigue los parámetros de la autoridad en el mundo. Se le atribuye al historiador católico británico John Emerich Edward Dalkberg Acton (más conocido como Lord Acton) en 1887, la célebre frase: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.”[2] Parece que lo que realmente dijo fue: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.” Esto puede ser la verdad en el mundo secular, pero si ocurre en la comunidad cristiana tenemos que admitir que algo anda mal con el cristianismo que profesamos. Cristo dijo claramente que entre sus discípulos ... el mayor debe comportarse como el menor, y el que manda como el que sirve.” (Lucas 22:26). Una cosa es la autoridad intelectual y la autoridad jerárquica en el mundo, y otra distinta es la autoridad espiritual en la iglesia de Cristo. Por tanto, no debemos medir la autoridad en la iglesia según los parámetros de este mundo. Según los parámetros del mundo, la autoridad está por encima de (tiene un sentido de verticalidad); pero tengo la convicción que según los criterios de Jesús, en su pueblo, en la iglesia, la autoridad está por debajo de (se realza más bien el sentido de horizontalidad). Entonces, en la comunidad del pueblo de Dios está prohibido que alguien se considere superior a los demás. El apóstol Pablo también lo entendió así, lo asumió y lo enseñó: No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús... (Filipenses 2:3-5).
Entonces, todo intento de superioridad en la iglesia es una rebelión contra la autoridad de Dios y su Palabra. Por supuesto, también en el pueblo de Dios “el abuso de poder” está latente, y todos somos vulnerables a esta práctica mundana. Con cierta frecuencia, los “líderes”, al nivel que sea, se sienten superiores. “Aquí el pastor soy yo.” “Aquí el líder soy yo.” Y miran a los demás de reojo por sobre los hombros... ¡Nada de eso, Cristo dijo que no son superiores! Así dijo él: “No permitan que a ustedes se les llame "Rabí", porque tienen un solo Maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen "padre" a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, y él está en el cielo. Ni permitan que los llamen "maestro", porque tienen un solo Maestro, el Cristo. El más importante entre ustedes será siervo de los demás. Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mateo 23:8-12).
Es cierto que en los esquemas de este mundo, “la autoridad consiste en el derecho de mandar y en el poder de hacerse obedecer."[3] Pero este concepto no cabe dentro de la autoridad espiritual en el contexto de la iglesia de Cristo. Esto es así porque la autoridad espiritual parte de una premisa totalmente opuesta a la del mundo. En este sentido, no importan al nivel que sea, la autoridad espiritual en la iglesia pasa por un proceso de fidelidad y de obediencia que se manifiesta en la sumisión, no a la exaltación. La exaltación le corresponde a Dios, la sumisión a nosotros. Entonces, el punto de partida de la autoridad espiritual está en el oír la voz de Dios y el de llegada en la obediencia a su Palabra. En medio de estos dos extremos está la reflexión para la acción que redunda en bendición, no en opresión ni vejación, para los demás. Entonces, la autoridad espiritual no consiste en imponerse, sino en someterse. Por eso decimos que la autoridad espiritual pasa por el proceso de oír la Palabra de Dios; y para eso hay que leerla y estudiarla con dedicación, pero con mucha humildad. También, la autoridad espiritual pasa por la reflexión personal en diálogo con el Señor; y para eso es necesaria la intimidad sincera con él en la meditación y la oración. Y también pasa por la obediencia en acción en contacto con su pueblo; y para eso hay que correr el riesgo de caminar con ese pueblo en sus realidades cotidianas, en sus dolores y frustraciones, en las cuales paso a paso enfrentan las asechanzas del espíritu del mal que opera en el mundo. Entonces, la autoridad espiritual no consiste en imponerse, sino en someterse para servir. Se le atribuye a la madre Teresa de Calcuta, la siguiente declaración: "Si usted no vive para servir, no sirve para vivir."  Así es, si usted no sirve, no sirve.
3.3. La autoridad espiritual implica cooperación. Sabemos que en una organización con líneas de mando, la autoridad es algo así como el derecho, en un determinado cargo, a ejercer discrecionalidad en la toma de decisiones que afectan a otras personas. En otras palabras, “la autoridad consiste en el derecho de mandar y en el poder de hacerse obedecer." Entonces, desde esta perspectiva, la autoridad tiene implícita la subordinación. ¿Cómo concuerda esto con los principios de la fe cristiana y con la vida y misión de la iglesia? Sabemos que la iglesia es en esencia un organismo, no una organización; aunque en la práctica, funciona como una organización. No hay duda, donde quiera que se reúna un grupo de creyentes, habrá alguna forma de organización. Bien lo dijo George Peters: “Donde hay personas, hay función; y donde hay función hay alguna forma de organización.”[4] Allí nacen los líderes, los pastores, guías espirituales, que ejercen alguna forma de autoridad, pero no de superioridad. Son hombres y mujeres dotados con dones espirituales para guiar o conducir al grupo de creyentes, la comunidad de fe, la cual también desarrolla su vida y misión sobre la base de los dones espirituales, en lo cual “somos colaboradores”.
Ahora, según la enseñanza de Jesús, esa comunidad debe caracterizarse por el amor y la unidad, como cualidades preponderantes que la distinguen en el cumplimiento de su vida y misión: “De este modo –dijo Jesús– todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos con los otros.” (Juan 13:35, NVI). Y en su gran oración sacerdotal se expresó referente a la unidad: “Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno... para que el mundo crea que tú me has enviado.” (Juan 17:21, NVI). Entonces, la autoridad espiritual ha de reflejar el amor y la unidad en la comunidad de fieles.

3.4. La autoridad espiritual se evidencia en la obediencia. Un día un experto en la ley, quiso tenderle una trampa a Jesús con esta pregunta:¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?  "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente" —le respondió Jesús—. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: "Ama a tu prójimo como a ti mismo." De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:35-39). Es impresionante notar que el tema central que corre a través de la Biblia es la obediencia a la Palabra de Dios. Así le habló Dios a Israel: “La palabra está muy cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón, para que la obedezcas. »Hoy te doy a elegir entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Hoy te ordeno que ames al Señor tu Dios, que andes en sus caminos, y que cumplas sus mandamientos, preceptos y leyes. Así vivirás y te multiplicarás, y el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra de la que vas a tomar posesión. »Pero si tu corazón se rebela y no obedeces, sino que te desvías para adorar y servir a otros dioses, te advierto hoy que serás destruido sin remedio... »Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida,... Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a él, porque de él depende tu vida... (Deuteronomio 30:14-20, NVI). El mensaje era claro: Si obedecían, Dios les daría bendición; si desobedecían, los alcanzaría la maldición. Sobre esta premisa se desarrolla el mensaje de los profetas en el Antiguo y el de los apóstoles en el Nuevo Testamento. Así que, ni los jueces ni los profetas de Israel, ni los apóstoles ni los predicadores de la iglesia inventaron su mensaje. Sencillamente exhortaron al pueblo para que obedeciera la Palabra de Dios, porque la desobediencia acarrea castigo. Y cuando el pueblo desobedecía, lo exhortaban al arrepentimiento sincero. El relato bíblico da cuenta de que el rey Saúl desobedeció la Palabra de Dios y, aunque según él, lo hizo con buenas intenciones porque tomó del botín para ofrecer sacrificios en Gilgal, el Señor le dijo: ¿Qué le agrada más al Señor: que se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice? El obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de carneros. La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría. Y como tú has rechazado la palabra del Señor, él te ha rechazado como rey.” (1 Samuel 15:22-23). ¡La desobediencia a Dios es mala, aunque se tengan buenas intenciones!

3.5. Se nos llama a obedecer, no a exigir obediencia. San Agustín, el obispo de hipona, en el siglo V (354-439), aconsejaba: “Obedezcan más a los que enseñan que a los que mandan”. Y Ralph Waldo Emerson un pensador norteamericano del siglo XIX (1803-1882), decía: “Únicamente la obediencia tiene derecho al mando”. La obediencia es exigencia ineludible de la autoridad. El mandato de la gran comisión es: “hagan discípulos,... enseñándolos a obedecer todo lo que les mandado a ustedes.” ¡Y la obediencia se enseña obedeciendo! Así que, cuando por la gracia de Dios, la iglesia le confiere un cargo, una posición, un liderazgo, a una persona no es para que se ponga por encima de los demás, sino para que, en obediencia al Señor, conduzca con mansedumbre a los que tiene a su cargo. Ya en el siglo primero, el apóstol Pedro le habló a los ancianos de la iglesia sobre este asunto: “... cuiden como pastores el rebaño de Dios que está a su cargo, no por obligación ni por ambición de dinero, sino con afán de servir, como Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño. Así, cuando aparezca el Pastor supremo, ustedes recibirán la inmarcesible corona de gloria.” (1 Pedro 5:2-4).
Entonces, el Señor nos llama a servir en obediencia a los principios del reino, no a subyugar y demandar obediencia. Jesús mismo declaró que él no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Y les dijo a sus discípulos: “Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes.(Juan 13:15).  ¿Cuán obedientes somos a lo que el Señor nos ha mandado? ¿Cuán siervos somos? ¿Cuán valientes somos para aplicar los principios de fe que profesamos? Les voy a contar una historia de algo que presencié hace apenas tres semanas: -Un hombre de avanzada edad, de buena apariencia, entró al autobús, se paró al frente y con voz clara y en tono respetuoso y solemne les pidió permiso a los presentes para decirles unas palabras. Con mucha claridad y precisión, que evidenciaba su convicción y comprensión de la fe, comenzó diciendo que Dios nos ama tanto que envió a su Hijo al mundo para que todo el que crea en él no se pierda sino que tenga vida eterna. Con una claridad, ilación y coherencia increíbles fue repitiendo unos cuantos versículos de la Biblia, conectados unos a otros de una manera tal que durante unos cuatro o cinco minutos hubo un silencio casi sepulcral en la buseta, hasta el chofer bajó el volumen de la música. Al final dijo: Si alguno de ustedes quiere recibir a Jesucristo en su corazón, haga conmigo esta oración. Y brevemente oró: “Señor Jesús, reconozco mi condición de pecador/a y me doy cuenta de tu gran amor por mí al morir en la cruz por mis pecados. Hoy quiero entregarte mi vida para que me des la salvación y seas mi Señor por el resto de mis días. Te recibo en mi corazón como Salvador y Señor.” A una señora que estaba delante de mí y a una que estaba detrás, y sospecho que también a un señor que estaba en la otra hilera de asientos, les oí repetir en voz audible, aparentemente sin temor alguno, la oración que estaba pronunciando el interlocutor. Terminada la oración felicitó a quienes la habían repetido y les aseguró que ahora Cristo había entrado a sus vidas y tenían la vida eterna. Les dijo unas brevísimas palabras sobre la gracia de Dios que habían recibido y como despedida añadió: “He orado a mi Señor que me guiara a este autobús para anunciarles su Palabra. A él le doy las gracias por habérmelo concedido. Ahora me voy a otro autobús para darles también a ellos este mismo mensaje. Que Dios les bendiga.” ¡Y se retiró!
Nadie hizo comentario alguno de lo que había ocurrido en el autobús. Creo que este es un hombre común del cual puede decirse, con propiedad, que tiene autoridad espiritual, aunque aparentemente no tiene un grupo de personas sobre la cual ejercerla. Tuvo la valentía de confesar su fe en línea con la misión que Jesús nos encomendó. Me sentí verdaderamente avergonzado y humillado; pedí perdón al Señor por mi falta de compromiso con la fe. Debemos obedecer y enseñar a otros a obedecer la Palabra de Dios. ¡Esto exige valentía!

4. Jesús, Dios hecho hombre, es el ejemplo de autoridad espiritual
Jesús les habló a sus discípulos acerca de esos que Todo lo hacen para que la gente los vea y los admire... Esos que Cuando van a la sinagoga o asisten a fiestas, les encanta que los traten como si fueran los más importantes. Esos a quienes Les gusta que la gente los salude en el mercado con gran respeto, y que los llame maestros, (Mateo 23:5-7). En contraposición a esta práctica mundana, Jesús les dijo: “No esperen que la gente los trate como líderes, porque yo, el Mesías, soy su único líder. El más importante de ustedes deberá ser el sirviente de todos. Porque los que se creen más importantes que los demás serán tratados como los menos importantes. Y los que se comportan como los menos importantes, serán tratados como los más importantes" (Mateo 23:10-12, La Biblia en lenguaje sencillo).

4.1. Nadie pone en duda la autoridad espiritual de Jesús. Aquél día cuando terminó su discurso conocido como El Sermón del Monte, Mateo afirma que: “Cuando Jesús terminó de decir estas cosas, las multitudes se asombraron de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley.” (Mateo 7:28, 29 cf. Lucas 4:32). Aunque trataron de desfigurar la realidad, y afirmaron que Jesús “expulsaba a los demonios por medio del príncipe de los demonios” (Mateo 9:34; 12:24), los maestros de la Ley, adversarios de Jesús, tuvieron que reconocer la autoridad espiritual que emanaba de él: “Maestro, -le dijeron- sabemos que eres un hombre íntegro y que enseñas el camino de Dios de acuerdo con la verdad. No te dejas influir por nadie porque no te fijas en las apariencias. (Mateo 22:16) y en otra ocasión unos que habían sido enviados para arrestarlo, dijeron: “¡Nunca nadie ha hablado como ese hombre!” (Juan 7:46). Pero aunque habló y actuó con autoridad, siempre se presentó con humildad.

 4.2. En su autoridad, Jesús dio el ejemplo de sumisión y obediencia. Todos conocemos ese conmovedor episodio, según el cual Jesús “... se quitó el manto,... se ató una toalla a la cintura... y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a secárselos con la toalla.” (Juan 13:4, 5). ¡Una extraordinaria lección de humildad![5] En la carta a los Filipenses, Pablo recoge lo que parece un himno de la iglesia primitiva que resume el ejemplo de Cristo, y lo inserta para ilustrar el concepto de humildad y obediencia que quería comunicarle a la iglesia: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien -dice- con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.” Con cierta frecuencia leemos este capítulo con un énfasis cristológico y muchos teólogos lo usan para hablar de lo que llaman “la kenosis” de Cristo. Pero en verdad, el hincapié de este texto no es cristológico, sino más bien sociológico. Es un llamado a la humildad en la vivencia de la fe. Entonces, a manera de ejemplo, el apóstol les presentó una ilustración: “La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús,
“quien, siendo por naturaleza Dios,
      no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse.
7 Por el contrario, se rebajó voluntariamente,
      tomando la naturaleza de siervo
      y haciéndose semejante a los seres humanos.
8 Y al manifestarse como hombre,
      se humilló a sí mismo
   y se hizo obediente hasta la muerte,
      ¡y muerte de cruz!
¡Cristo es el más grande ejemplo de humildad y nos invita a seguirlo! Con autoridad, dijo: Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón...

5. Pablo y la autoridad espiritual ¿Qué tiene que decirnos?
No podemos reflexionar en este tema sin considerar al apóstol Pablo. Al leer el NT no salimos del asombre al observar un hombre como éste. En menos de dos décadas transformó al mundo de su día con el mensaje del evangelio. El relato de los Hechos muestra cuánta geografía alcanzó con el evangelio en tan poco tiempo, cuántas iglesias estableció, cuántos líderes formó; y, además, cuánto escribió con atinada precisión en tan poco tiempo. ¡Eso es admirable! Su entrega, en cuerpo y alma, fue tal que al final de sus días, con la frente en alto evaluó su vida y su ministerio con estas palabras: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida” (2 Ti, 4.7, 8).
Desde que asumí el compromiso de hablar en este encuentro, me cautivó el texto de 1 Corintios 2:1-5 donde Pablo presenta su ejemplo personal. Desde entonces, ese texto ha revoloteado en mi cabeza. Así que, no quiero terminar estas reflexiones sin llamarles la atención a este texto. Pablo sabía bien de qué estaba hablando: Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado. Es más, me presenté ante ustedes con tanta debilidad que temblaba de miedo. No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes sino con demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios.
Es el testimonio personal de un hombre nuevo, que se calificaba a sí mismo como un siervo. Dos experiencias trascendentales habían marcado su vida. La primera fue su conversión. El encuentro personal con Jesucristo en el camino a Damasco lo había transformado de una manera radical: ¡Allí nació de nuevo! Fue de tal importancia este acontecimiento, que Lucas lo registra tres veces en su relato de los Hechos (Hechos 9:1-19, 22:6-21 y 26:12-18). Y fue tal el impacto transformador, que el mismo Pablo no vaciló en afirmar: “... si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17).
El segundo acontecimiento que marcó la vida de Pablo, fue la misión que le encomendó el Señor: “Ahora, ponte en pie y escúchame. Me he aparecido a ti con el fin de designarte siervo y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a revelar. Te libraré de tu propio pueblo y de los gentiles. Te envío a éstos para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados." (Hechos 26:16-18). Más tarde, en la iglesia de Antioquía, esta comisión fue ratificada: “Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu Santo dijo: «Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado.» Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron.” (Hechos 13:2, 3).
En la conversión, Pablo aprendió la humillación y en la comisión la obediencia. Así lo manifiesta en su testimonio personal en 1 Corintios 2:1-5, que es una referencia a aquella primera visita narrada en Hechos 18, donde “Todos los sábados discutía en la sinagoga tratando de persuadir a Judíos y a griegos” (18:4), “testificándoles a los judíos que Jesús era el Mesías” (v. 5). El relato de Lucas da cuenta que allí se le opusieron con vehemencia y hasta lo insultaron.[6] A pesar de esto y en medio de conflictos, Pablo se quedó un año y medio en Corinto “enseñando entre el pueblo la Palabra de Dios”, después de haber recibido en visión un claro mensaje del Señor: No tengas miedo; sigue hablando y no te calles, pues estoy contigo. Aunque te ataquen, no voy a dejar que nadie te haga daño, porque tengo mucha gente en esta ciudad. (18:9, 10).
Ahora, pasados los años, les escribe esa primera carta y les recuerda cómo había sido su comportamiento entre ellos. Me llama poderosamente la atención que un hombre tan brillante en su pensamiento y habiendo recibido mensajes directamente del Señor, se presentara con tanta humildad como lo dibuja el texto de 1 corintios 2:1-5.[7] En este caso Pablo no pide que se le imite, pero su testimonio es un ejemplo de autoridad espiritual frente a la pretendida autoridad intelectual de los engreídos corintios.  Así que, vale la pena prestarle atención a su actuación. Es interesante que un poco más adelante, en el contexto de este mismo pensamiento, Pablo pide que se le imite: "Por tanto, les ruego que sigan mi ejemplo." (4.16)
Para quienes les gusta pensar ordenadamente, este texto puede dividirse en tres partes: Primero, la manera como se comportó Pablo cuando les presentó el evangelio a los corintios (Lo hizo sin elocuencia y sabiduría humana [v. 1], con debilidad y mucho temor [v. 3] y con demostración del poder del Espíritu de Dios [v. 4]). Segundo, el contenido de su presentación del evangelio: el Cristo crucificado (v. 2), dedicidió no saber de otra cosa, sino de Cristo crufcificado. Y, tercero, el propósito de Pablo al presentar el evangelio: que la fe de los corintios se fundamentara en el poder de Dios, no en las capacidades humanas (v. 5).
De manera más didáctica y para quienes les gusta hacer uso de la mnemotecnia, al reflexionar en este texto, puede hablarse de: La Propuesta, el Proceder y el Propósito del apóstol en medio de los corintios. Su Propuesta fue diáfana y clara: el poder de Dios mediante el Cristo crucificado. Esta era una verdadera locura para los engreídos corintios, pero era la respuesta de Dios, quien “en su sabio designio, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen.” La propuesta del Cristo crucificado incluía la del Cristo resucitado, como lo expresa en 15:3-5 “... les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados... que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las escrituras, y que apareció...”. Es decir, el Cristo crucificado es el “que fue entregado a la muerte por nuestros pecados, resucitó para nuestra justificación (Romanos 5:21) y ascendido a los cielos para nuestra esperanza.
En su Proceder, Pablo se presentó con humildad de corazón y convicción de su misión; “sin elocuencia ni sabiduría humana”, y “con tanta debilidad, que temblaba de miedo.” Pero lo hizo con el poder del Espíritu Santo. Pablo renunció a todo lo demás para presentar a Jesucristo y a éste crucificado. Pero no entendamos mal, a lo que Pablo renunció no fue a la sustancia doctrinal ni a la argumentación racional y coherente, sino a la sabiduría y a la retórica vana del mundo.[8] Sencillamente, no negoció los principios del evangelio, aunque aquella sociedad, como la nuestra, se mofara de ellos. Fue fiel y obediente a su Señor, como debemos serlo también nosotros hoy, aunque haya que pagar el precio.
Y su Propósito era bien claro: Que la fe de los creyentes se fundamentara en el poder de Dios, no en la sabiduría y habilidades humanas. Pero aunque se presentó con mucha humildad, no vaciló en responder con autoridad a los presuntuosos e engreídos Corintios: “... si Dios quiere, iré a visitarlos muy pronto, y ya veremos no sólo cómo hablan sino cuánto poder tienen esos presumidos. Porque el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder. (1 Corintios 4:19, 20).
Entonces, 1 Cor. 2:1-5 revela a un hombre con autoridad espiritual, pero sin arrogancia personal. Su mensaje, centrado en “Cristo y su cruz”, parecía débil y ridículo a la sociedad, y lo parece todavía; junto con él, quienes proclamaban este mensaje eran calificadas como personas débiles y con demasiada sencillez, que no merecían credulidad en aquella sociedad de avanzada; y para el colmo, este mensaje lo habían aceptado los “pobres y necios” del mundo, a quienes nadie les prestaría atención. Pero el mensaje era fiel a la Palabra, los mensajeros obedientes al llamado y los receptores poseedores de una nueva vida. Sí este no era un hombre con autoridad espiritual, está muy cerca de serlo. Él siguió los caminos del maestro, los pasos de Jesús. ¿Lo haremos nosotros hoy?

Conclusión: Quiero terminar esta exposición citando una antigua fábula y un viejo himno cristiano.
- “Se cuenta que un viejo ermitaño, una de esas personas que disque por amor a Dios se refugia en la soledad del desierto, del bosque y de las montañas, para dedicarse a Dios, a la oración y a la penitencia, se quejaba mucho porque tenía demasiado que hacer. La gente, que esporádicamente lo veía, no entendía cómo era posible que tuviera tanto trabajo en su retiro. ¿Qué tanto trabajo tienes? –le preguntaron. A lo que, sin vacilar –contestó: Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león. No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives, ¿dónde están todos esos animales? Entonces, pausadamente les dio una explicación que todos comprendieron:
Estos animales los llevamos dentro. –Los dos halcones se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que entrenarlos para que sólo se lancen sobre cosas buenas: SON MIS OJOS. –Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir: SON MIS MANOS. –Y los dos conejos quieren ir donde les plazca, huir de los demás y esquivar las situaciones difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos, aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me guste: SON MIS PIES. –Lo más difícil es vigilar la serpiente, aunque se encuentra encerrada en una jaula de 32 barrotes. Siempre está lista para morder y envenenar a los que la rodean a penas se abre la jaula; si no la vigilo de cerca, hace mucho daño... ES MI LENGUA. –El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día... ES MI CUERPO. –Y, finalmente, necesito domar al león. Quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso, y siempre quiere estar por encima de los demás... ES MI CORAZÓN.”

Aquel viejo himno, de Vicente Mendoza, 1875, dice:
1. Jesús es mi rey soberano,
Mi gozo es cantar su loor;
Es Rey, y me ve cual hermano,
Es Rey y me imparte su amor.
Dejando su trono de gloria,
Me vino a sacar de la escoria.

2. Jesús es mi amigo anhelado
Y en sombras o en luz siempre va
Paciente y humilde a mi lado,
Y ayuda y socorro me da.
Por eso constante lo sigo,
Porque Él es mi Rey y mi Amigo.

3. Señor, ¿qué pudiera yo darte,
Por tanta bondad para mí?
¿Me basta servirte y amarte?
¿Es todo entregarme yo a ti?
Entonces, acepta mi vida,
Que a ti solo queda rendida.”

¿Hay lugar, entonces,  para el “abuso de poder” en el ejercicio de la autoridad espiritual en la iglesia?


[1] Cf. Hechos 26:18: Te envío a éstos18 para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los *santificados."
[2] Citado en Wikipedia
[3] Gastón Palavios, Apuntes de administración, citado en la internet
[4] Citado por Gene Getz, en Refinemos la Perspectiva de la iglesia, Editorial Caribe 1982, pág. 190.
[5] El autor a los hebreos afirma que: “Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen...” (Hebreos 5:8). En su humillación, Cristo aprendió la obediencia y ahora exige obediencia a aquellos por quienes murió.
[6] Como respuesta y en señal de protesta, Pablo les dijo: “¡Caiga la sangre de ustedes sobre su propia cabeza! Estoy libre de responsabilidad. De ahora en adelante me dirijo a los gentiles.” (v. 6).
[7] Cuatro expresiones son elocuentes en su testimonio:
a) Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría.
b) Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Cristo, y de éste crucificado.
c) Es más, me presenté ante ustedes con tanta debilidad que temblaba de miedo.
d) No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes, sino [les hablé y les prediqué] con demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios.
[8]Pablo no escondió el hecho de que tenía miedo. “Cierto es que era dueño de un intelecto poderoso y una personalidad fuerte, y que había dedicado estos poderes a Cristo. Pero al mismo tiempo era físicamente débil y emocionalmente vulnerable. Según la tradición, su aspecto no impresionaba grandemente. Sus críticos decían que era de “presencia corporal débil” y de “palabra menospreciable”. De modo que no tenía un aspecto exterior atractivo como tampoco lo tenía su palabra. Agregado a esto, al parecer alguna enfermedad le había afectado la vista y, además, lo había desfigurado. Por lo demás, era consciente de la impopularidad de su evangelio, de la oposición que despertaría en Corinto, y, en consecuencia, del costo de ser fiel al mismo.” (J. Stott).

No hay comentarios:

Publicar un comentario